Vinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo Slider

¿Para qué no soñar?

IMG 20171029 WA0012En noche tormentosa, de gran cantidad de agua y mucho aparato eléctrico, nada que ver con el clima semiveraniego que disfrutamos hoy, se produjo uno de los momentos históricos más tristes del siglo XX en cuanto a nuestras cofradías se refiere. Ninguno de los fieles hermanos de aquella humilde, sacrificada y silenciosa Hermandad de las Aguas podía figurarse lo que el destino les deparaba. Los truenos resonaban en son de presagio que bien podía parecerse al de aquel primer Jueves Santo. Los rayos iluminaban con intermitencia ambas Cavas.

En ese territorio añejo y pretérito había una construcción que se asomaba con descaro y chulería a ambos lados de aquella Triana desde donde surgía la linde entre civiles y gitanos. La Iglesia de San Jacinto era un lugar sólido, robusto e impenetrable entre tejados alfareros y sencillos patios de vecinos donde los arriates tragaban a borbotones lo que el cielo les enviaba. En el interior del Templo dormitaban cuatro sentires trianeros traídos por los siglos en forma de devociones. Cuatro emociones trabajadas en los corazones de las gentes de un barrio barrio. Cuatro flores que hoy perfuman desde la calle San Jacinto (muy cerquita donde antaño), desde la Calle Pureza, desde la Calle Evangelista y desde la Calle Dos de Mayo (más cerca de Triana, imposible).

En aquel interior de devociones, los padres dominicos, como titulares del templo, tenían una costumbre desconocida para muchos. Dejaban encendida, toda la noche una luz, justo la del altar de la infortunada Hermandad de las Aguas. Y entre truenos que retumbaban en los cielos de Triana y entre relámpagos que fotografiaban la casta de barrio, surgió el fuego. En silencio ardía entre el continuo golpear del agua en la piedra, en la teja, en la visera, en el poyete, en la reja, en la persiana, en el fondo, en la nada,…. El fuego se comía inmisericorde doscientos años de esfuerzo y cariño. Y todo en silencio. Sin gritos, sin voces de alarma, sin llamar la atención, sin poner en peligro a nadie. Solo el silencio de testigo. Ardía la Fe, ardía el esfuerzo, ardía el sacrificio, el abnegado trabajo del humilde se consumía entre llamas y humos. Triste noche la de aquel 29 de Octubre de 1942.

Triste y trágica. Silenciosa y ruidosa. Lluviosa y Llameante. Noche y Luz. Frio y Dolor. De aquellos dominicos, uno despertó y el humo le hizo sospechar. Se llamaron a unos inútiles bomberos para que apagaran las brasas consumidas del amor de barrio de unos hombres heridos en el sentimiento. Ahora fueron las lágrimas las que hicieron de bálsamo de la vida, de consuelo del duelo presente, de abrazo de amigo y hermano, de alivio de Hermandad. En un jadeante pensamiento se les había agotado la pasión.

Ese hombre, ese ser indescriptible, enjuto, pequeño y bizco. Capaz de cosas únicas e imposibles, lloraba desconsolado la pérdida de todo un trabajo de 50 años por hacer bella y prestigiosa su Cofradía. Su hijo y sus amigos de la hermandad lo abrazaban como se abraza a la Esperanza cuando todo está consumado. Él los había llevado hasta allí. Sus esfuerzos y su tesón se desvanecían entre las brasas y los leños calientes. No era el puerto en el que Ramón había soñado atracar su nave. La Cofradía había tomado el apellido de su nombre y su nombre tenía unido a fuego como apellido a su Cofradía. Ramón el de las Aguas y Las Aguas de Ramón.

Todo parecía finiquitado. Dicen que el ser humano se agarra a la vida con más fuerza cuando en su discernir encuentra el poder de hacia dónde dirigirse. Cual Ave Fenix en aquella mañana de la que ahora mismo se cumplen 75 años aquel pequeño hombre aferrado a su empeño recogió del suelo los testigos calcinados de su Fe. Se sacudió el polvo, se sentó con los suyos y convocó el Cabildo Extraordinario de la Vida. Acudieron los fieles, los discípulos del naufragio. Se dio amorosamente por concluida una etapa y se dispusieron a seguir por un nuevo camino sin variar el rumbo. Su hijo que imitaba al padre solo en el nombre, se puso a su lado, como siempre había hecho. Al otro lado, el escultor, el ilustrado que iluminaba con sus palabras y con sus trabajos el oscuro camino que transitaban estos hombres buenos, propuso como un candil refulgente de generosidad que la vacía Cruz hacia la que miraban tuviese carne y sentido en otra Fe ya construida. Un Cristo que estaba ya gubiado y terminado. Otro Hijo, otro Cristo que no permitiese que los rescoldos se apagasen. La fuerza y la energía tomaban sentido en forma de ilusión en el corazón de aquellos hombres, el mismo día en el que el abatimiento les había sorprendido por lo cruel de aquel acontecimiento. Ya la vista atrás no tenía sentido más que para el recuerdo y la nostalgia. Ya el “siempre de frente” del andar costalero era un lema en la mirada de aquellos hombres buenos maltratados por el destino y el infortunio. Ya no había escusa para parar e infinitos motivos para continuar.

Con hambre, me contaron, con mucha hambre se vivía en aquellos años de muy precario nivel de vida. Y entre el hambre y la penuria se bandeaban aquellos equilibristas, peregrinos hacia la eternidad irracional de un futuro mejor. Entre todos lo consiguieron: El tren no paró, a pesar de que la vía había terminado. A la noche le siguió el día y al día muchos días más. Y allí estaban ellos. Los heroicos hermanos de las Aguas, abnegados testigos del esfuerzo, se negaban a lo evidente. Se multiplicaban ante la escasez, se retorcían ante el conformismo y se estiraban frente a la comodidad. Ramón y los suyos consiguieron sacar al nuevo Cristo en el viejo paso a salvo en el almacén. Solo eso, dos paños de bocinas prestados y la corona de la Dolorosa que rodó y escapó cuando cayó todo, son los testigos de aquella tormenta de llamas de silencio.

Y no tardaron en conseguir otra realidad. Dos años después consiguieron otro imposible. Querían una dolorosa romántica parecida a la que pereció. José Romero Morillo, barrista de aquella Triana de siempre puso los rasgos a la Virgen de siempre. Hizo de Montes de Oca y le dispuso a la Dolorosa el rictus de cuando una madre pierde a un hijo y el dolor la atraviesa sin consuelo. Y como paradoja, Ramón volvía a sonreír. La luz se hacía de nuevo para aquella vieja Cofradía que había sido restaurada con el amor y el cariño de sus sacrificados hermanos. El misterio que sobre el paso procesiona solo necesitó de 5 años para verlo completo. Y así Ramón completó otra vez más su hazaña. Rendido y extenuado por el servicio a su Hermandad se permitió dejarnos poco después de haber hecho una realidad. La Resurrección de la Cofradía. Muy pocos aún la llaman hoy las Aguas de Ramón. Muy pocos saben, incluso, de esta Resurrección. Muy pocos creen posible lo imposible. A todos mi cariño y mi abrazo. Hoy no es un día para la tristeza. Hoy es la prueba evidente del tesón y el sacrificio y sobre todo del creer. Aquel que crea, lo crea. Yo soy como vosotros. Yo no soy diferente. Yo os traigo el recuerdo y este merecido homenaje de los que antes de nosotros rezaron y se emocionaron ante nuestros Titulares. Hemos cambiado. Hemos crecido. Hemos mejorado y hemos, todos, luchado por ello. Siempre habrá dificultades. Sentiremos desazón. Habrá tormentas. Y rayos. Y fuego. Y resurgir. Lo llevamos en la sangre los Hermanos de las Aguas. No lo hemos perdido. Puede que alguno no sea consciente. Yo hoy te lo recuerdo. Cuando todo está perdido. Cuando se acaba el camino. Los Hermanos de las Aguas continuamos. Con nuestro antifaz morado de apasionados por nuestros Titulares y con nuestra túnica blanca como nuestra alma blanca de Fe.

A aquellos años le sucedieron los mejores en la historia de nuestra Cofradía. Nuestro estilo cambió. Sustituimos el silencio por la música. Lo sobrio por el brillo. Lo austero por lo alegre. Lo recogido por la entrega. Y nació otro altar de Fe 25 años después. Los hermanos de las Aguas quisimos que aquella sonrisa de Ramón se perpetuara en una Madre joven y bella que nos tiene a todos embelesados. La que no nos permite bajar los brazos, ni que nos llegue la desazón. Guadalupe surgió de la juventud de nuestra hermandad como el nombre que retumba a las puertas de nuestros corazones. Miremos a esa juventud de hoy como a la llave que nos permitirá tener siempre nuestras puertas abiertas a los nuevos tiempos. Miremos a esa juventud de hoy como la buena nueva que impedirá que ni la tormenta, ni los rayos, ni el fuego, consuman, mojen o alteren nuestro ánimo. Bienvenidos a otros muchos años más de prosperidad, tesón, sacrificio, orgullo y felicidad. Mientras tanto en nuestra duermevela veremos el Misterio de un galeón mecido por corazones y el tintineo de una infantería acunando a una Niña. Seguid soñando.

Luís Chamorro García.

Hermano de las Aguas.

Hdad. de las Aguas - c/. Dos de Mayo,1 - 41001 Sevilla. Hostgator coupons - Todos los Derechos Reservados.